ADVERSARIOS O ENEMIGOS
La política genera posturas encontradas. Eso es inevitable. La pregunta que hay que responderse desde la Comunicación Política es qué hay que hacer con aquellos grupos políticos que difieren ideológicamente del mío. Algunos recomiendan ignorar a los opositores, salvo que su fuerza y presencia los haga inevitables; pero esa postura puede ser percibida como soberbia y apegada a poderes y gobiernos hiper-personalistas.
Lo más recomendable es considerar las voces diferentes en la construcción del debate político y social, partiendo de las diferencias que son un reflejo de la sociedad. En ese punto, es importante definir la narrativa que se tendrá desde nuestro grupo político en torno a los opositores. Imagínese que está escribiendo una película donde su grupo político es el protagonista, ¿cómo va a ser el antagonista de la película?
Es importante entender que ese antagonista no necesariamente tiene que ser un villano malvado cuyo único fin es destruir la humanidad. Un antagonista puede ser simplemente alguien que persigue objetivos diferentes a los míos y que, en el camino de la persecución de esos objetivos, coincide conmigo en un punto del camino e intentará, al igual que yo, priorizar sus intereses e ideales. Es decir, un antagonista no tiene por qué ser concebido, desde mi narrativa de grupo político, como alguien a quien hay que destruir.
Hago esta aclaración porque es importante tener esto en cuenta antes de explicar las dos grandes corrientes narrativas que existen desde la Comunicación Política para retratar a los antagonistas. Hoy en día, aquellos que difieren con un grupo político suelen enmarcarse o bien dentro de la narrativa del adversario o del enemigo.
A simple lectura, uno podría pensar que adversario y enemigo son sinónimos y que, por ende, existe solo una narrativa en la cual colocar a nuestros opositores. Sin embargo, es necesario revisar la carga semántica de cada una de las palabras.
Un adversario es alguien a quien yo me enfrento y con quien debato en la búsqueda de la construcción de nuestra sociedad. Enfrentaremos ideas, discutiremos y al final uno de los dos saldrá más beneficiado de una acción política. Sin embargo, en ningún momento del proceso desconozco el hecho de que mi adversario representa a millones de votantes ni intento destruir a mi adversario porque no lo considero como un actor político válido. Los adversarios son necesarios para que haya democracia en diversidad.
Los enemigos, por otra parte, son aquellos a los que no les quiero reconocer su poder de representación amparado en millones de votos, ni los considero necesarios para la construcción de la sociedad. Es más, un enemigo es una amenaza para la democracia y la misma estabilidad de la sociedad; no es un actor político válido y considero que debería ser destruido. Es decir, los enemigos contradicen la idea presentada hace algunos párrafos donde se mencionaba que un antagonista no tiene que necesariamente ser alguien a quien debo destruir.
A un adversario lo enfrento en la cancha de fútbol, al enemigo lo enfrento en la guerra.
Leído así, parecería obvio que nuestra narrativa debería enmarcar al opositor dentro de la figura del adversario porque si lo consideramos un enemigo, podríamos generar un círculo de violencia. Sin embargo, la tendencia política y social de países alrededor del mundo nos demuestran que, cada vez más, la narrativa del enemigo está teniendo éxito.
Tal vez un ejemplo para entender mejor esta diferencia narrativa, así como el crecimiento gradual de la narrativa enemiga, puede encontrarse en España. Durante décadas, dos grandes partidos se alternaron en el poder: el PP (de derecha) y el PSOE (nominalmente de izquierda). Estos dos partidos concebían al otro como un adversario, alguien que se oponía a mi ideología pero que era necesario para la representación popular de España.
En la última década, con la irrupción de partidos como PODEMOS (izquierda) o VOX (extrema derecha), ese discurso del adversario fue mutando hacia la identificación de enemigos. Para VOX, por ejemplo, PODEMOS es un partido enemigo que no debería tener espacio en democracia porque los consideran comunistas castrochavistas. VOX además establece muchos otros enemigos, como los grupos de árabes migrantes viviendo en España, los colectivos GLBTIQ, entre otros; para este partido, todos ellos son enemigos que no deben tener espacio en la política española.
Mientras esta tendencia polarizante en la sociedad persista, y la Comunicación Política se aproveche de ella para establecer más enemigos a quienes no reconozcamos en democracia, el deterioro social permanecerá.
¿Ejemplos del establecimiento de enemigos en la política ecuatoriana? Por supuesto, decenas. Pero eso será materia de otra entrada a este blog.
Comunicador Social graduado por la Universidad del Azuay en el año 2020; apasionado desde pequeño por el periodismo, la política y las temáticas sociales. Orgullosamente latino, ha tenido la oportunidad de vivir en países como Brasil y Chile, además de su natal Ecuador. Inquisitivo y crítico, gusta de hacer trabajo periodístico que combina la fotografía y la escritura.