EL DISCURSO DE LA DIVERSIDAD, NECESARIO PERO INSUFICIENTE
Este 2 de noviembre se cumplen veinte años de la Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural; además de ello, en el mes de octubre, fueron dieciocho años de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y dieciséis de la Convención sobre la Protección y la Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales.
La Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural, entre otros aspectos, reconoció a la diversidad cultural como patrimonio común de la humanidad, manifestando que esta, en el género humano, es tan necesaria como lo es la diversidad biológica en los demás organismos vivos, al tiempo que constituye un factor de desarrollo en términos de “acceso a una existencia intelectual, afectiva y espiritual satisfactoria”. Por su parte, la Convención de 2003 sobre el patrimonio inmaterial, reconoció el valor de este tipo de patrimonio para la promoción y respeto de la diversidad cultural, considerando a este patrimonio como “crisol de la diversidad y garante del desarrollo sostenible”. Así, el discurso de la diversidad cultural que cobró protagonismo en la década de los noventa del siglo pasado, encontró su respaldo en los instrumentos internacionales promovidos por la UNESCO en los primeros años del nuevo milenio.
En el caso del Ecuador, durante los noventa se profundizó la discusión sobre la diversidad; los esfuerzos de los años anteriores por visibilizar las culturas tradicionales, las transformaciones sociales y la lucha por la reivindicación cultural y política del movimiento indígena aportaron al florecimiento del discurso de la diversidad. En ese contexto, la Constitución de la República, del año 1998, reconoció al Ecuador como un Estado unitario, pero a su vez pluricultural y multiétnico, proclamando “la voluntad de consolidar la unidad de la nación ecuatoriana en el reconocimiento de la diversidad” y el deber primordial del Estado de “fortalecer la unidad en la diversidad”. Más adelante, la Constitución de Montecristi, del año 2008, reconoció al Estado ecuatoriano como “unitario, intercultural, plurinacional y laico”.
El reconocimiento de la diversidad cultural, sin lugar a dudas, ha sido y es un factor importante en la visibilización y valoración de formas culturales no hegemónicas; sin embargo, el discurso de la diversidad también ha ido cayendo en el barril de los lugares comunes, una especie de comodín discursivo y fetiche de lo políticamente correcto. El reconocimiento de las expresiones culturales distintas y de los patrimonios diversos, entre ellos el patrimonio cultural inmaterial, han estado marcados por una omisión de las dimensiones económicas y políticas subyacentes.
La trampa del discurso de la diversidad cultural radica en construirla como un ente apolítico, desvinculado de la agencia social. El discurso de la diversidad ha disfrazado o camuflado la reflexión sobre las relaciones de poder, las asimetrías y las diferencias. Así, el discurso de la diversidad, desprovisto de la reflexión política, reproduce una visión folclorizante de la cultura y de los patrimonios, puesto que no cuestiona las estructuras sociales e históricas en las que existen y, muchas veces, se sostienen.
La diversidad cultural es una realidad de la existencia humana; no obstante, su reconocimiento no es suficiente para construir verdaderas sociedades interculturales, lo cual exige reflexionar sobre viejas y nuevas formas de discriminación, racismo y xenofobia. Una interculturalidad crítica implica reflexionar sobre los proyectos políticos y epistémicos nacidos desde los márgenes, desde las minorías y desde los movimientos sociales.
A veinte años de la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural, urge superar el discurso de la diversidad y poner sobre el tapete la discusión sobre las relaciones de poder, las inequidades y las desigualdades. Es preciso pensar en la dimensión política de la diversidad cultural, pues el discurso de la diversidad ha sido insuficiente para reconocer, visibilizar y contrarrestar la inequidad, la injusticia y la diferencia. Pensar en las expresiones culturales, sin pensar en las desigualdades estructurales, es abstraer las manifestaciones culturales de la vida social.
Antropóloga, Doctora en Sociedad y Cultura por la Universidad de Barcelona, Máster en Estudios de la Cultura con Mención en Patrimonio, Técnica en Promoción Sociocultural. Docente-investigadora de la Universidad del Azuay. Ha investigado, por varios años, temas de patrimonio cultural, patrimonio inmaterial y usos de la ciudad. Su interés por los temas del patrimonio cultural se conjuga con los de la antropología urbana.