¿QUÉ CAMINO SEGUIR?
La encrucijada a la que ha llegado la humanidad, obliga a tomar decisiones urgentes por la sobrevivencia.
“Crecimiento ilimitado”, el gran absurdo del sistema
La civilización industrial depredadora de los recursos del planeta que, en su última etapa, acelera con desenfreno su consumo, ya no puede sustentarse en el concepto capitalista del crecimiento ilimitado, pues, si los recursos que lo sustentan son limitados, se evidencia, simplemente, el absurdo lógico de esta teoría; sin embargo, la aceptamos y se encuentra integrada a nuestra realidad cotidiana. Si bien complace la necesidad inmediata, robustece cada vez más los privilegios de quienes ejercen el poder económico en la sociedad y, dolorosamente, resigna su derecho de vivir en un ambiente sano, apto para la vida.
En los sistemas de economía dirigida por los estados, en que éstos asumen las responsabilidades que corresponden al sector privado en economías de libre empresa, tampoco existe un concepto que considere y reconozca valor a la naturaleza, integrándola a los cálculos económicos de la producción, costo y beneficio.
En el proceso político del socialismo industrial de China –cuyo avance es admirable bajo otras consideraciones como el de la eficiencia y justicia distributiva, la solución de ingentes problemas sociales y económicos como son, entre otros, el de la pobreza extrema y acceso a los servicios de salud– tampoco ha calculado para el diseño de su sistema productivo, el factor tierra como parte de sus cálculos económicos. Si así hubiera hecho, sus costos habrían sido tan altos, que no hubiese logrado, en el concierto mundial, competir e imponerse a las economías occidentales.
No es necesario mayor análisis para establecer una primera verdad: el ecosistema natural es incompatible con el sistema económico industrial creado por el ser humano, porque, éste se sustenta como parásito de aquel. La economía debe entenderse como un subsistema que sea parte del ecosistema global, no su opuesto.
Naturaleza, la ley del menor esfuerzo
Hay entropía en el sistema, es decir desorden, por el cual la actividad humana se desintegra del gran sistema homeostático (equilibrio autorregulado) de la Ecosfera. Tal, que la ley del menor esfuerzo que rige en la naturaleza, en forma común y armónica de todos sus elementos, que están en permanente movimiento, cambian de lugar, se interrelacionan entre sí, dan y reciben, mutan su forma y su energía, existen, sin que a ninguno le cueste realizar esfuerzo adicional a su función.
En el caso del ser humano se torna en mayor esfuerzo para él, desde cuando se propuso salir del ciclo natural, romper el equilibrio luchando en contra de la naturaleza, motivado en su malhadado afán de dominarla, explotarla, someterla y esclavizarla para asegurar que se mantenga a su servicio. ¡Oh! ¡gran torpeza! Ese esfuerzo, digno de mejor causa, pudo haber sido mucho menor, sin desgaste alguno, sin sojuzgarle a su Madre Tierra; mejor, cuidándola para aprovechar su abundancia y generosidad con la que siempre se devuelve. La aplicación de la ciencia y el avance de la tecnología no estarían como lo están hoy, secuestradas por el poder utilitario de las grandes empresas, pues, hubiese tomado otro rumbo en el proceso de descubrir hacia dónde y cómo dirigir el paso correcto, para satisfacer los requerimientos de la humanidad.
El “desarrollo económico” transformó el ambiente natural desde cuando la exigencia del ser humano utilizó mayor fuerza que la necesaria para explotar los recursos, esto es, incrementando la proporción, la velocidad y la “ganancia”. Cabe que nos remitamos a las palabras de M. Ghandi:
“La tierra es capaz de solucionar todas las necesidades de los seres humanos, pero no todas sus ambiciones”
El sistema económico capitalista, de “crecimiento ilimitado”, no ha servido para solucionar las necesidades humanas, pero sí para atender sus desenfrenadas ambiciones; por cierto, a un costo altísimo de energía, recursos, salud y medioambiente. Los sistemas de economía dirigida, se equivocaron por igual, al ser otros depredadores de la naturaleza.
La energía fósil y sus residuos tóxicos, usada con derroche en las actividades antrópicas, ha contaminado el suelo, el agua y la atmósfera en forma irreparable: las selvas arrasadas por la explotación maderera, contaminadas por los derrames petroleros, envenenadas, erosionadas, incendiadas, desertizadas.
¿Desarrollo o involución?
El petróleo ha desarrollado una cadena de impactos físico químicos de efectos mortales. Fueron advertidos infructuosamente desde hace tiempo y ahora podemos constatar la catástrofe a cada paso, todos los días, en todas partes del planeta, partiendo del ecocidio cometido en la Amazonía.
La polución es gigante, el CO2 lanzado a la atmósfera, por uso de combustibles fósiles, ha transformado los ciclos naturales y causado un efecto invernadero con incidencia directa en las mutaciones del clima; cambio que, hoy por hoy, está considerado como el principal problema ambiental del planeta. La cantidad de partículas de dióxido de carbono en la atmósfera, ya ha marcado las 415 ppm (partes por millón), la más alta en 800.000 años o quizá de los últimos catorce millones de años, de grave incidencia en las redes de vida, en la salud humana y de los demás seres vivientes. La pérdida del ozono en la estratósfera, debido al uso de gases cloroflurocarbonados, metano y otros, ha causado un aumento en la radiación ultravioleta que ingresa a la tierra, mientras la acumulación del ozono en la Ecosfera, afecta negativamente las condiciones de vida. El efecto invernadero producido por acumulación del CO2 que promueve eventos climáticos inesperados cada vez más intensos y frecuentes. La basura química, plástica, sólida, líquida, gaseosa, ha contaminado seriamente el suelo, el agua y la atmósfera con químicos, emisiones radioactivas, esquirlas que forman la “Nube Marrón”.
La alimentación se ha transformado en una industria del veneno, la biodiversidad desaparece, la radioactividad causada por la instalación y uso de la energía atómica es incontrolable; los cambios morfológicos que se dan en la superficie de la tierra por la actividad humana, son tan profundos que se le identifica como “Antropoceno” al actual período geológico de la Era Cuaternaria.
¡¿“Ciencia y Tecnología solucionarán los problemas”?!
Fue la expresión del Presidente de los Estados Unidos George Bush padre, cuando abandonó la Conferencia de ONU en Río de Janeiro sobre Biodiversidad en 1992. “No firmaré el Convenio sobre defensa de la Biodiversidad porque perjudicaría intereses económicos de empresas estadounidenses. No me preocupa la pérdida de biodiversidad porque tenemos toda la naturaleza en el laboratorio”.
Tanto los residuos de la producción del sistema, cuanto más los desechos de la misma, son venenos acumulados a través de los años de actividad humana, en especial desde mediados del siglo XVIII, con el crecimiento industrial y, el excesivo incremento desde la segunda mitad del siglo XX, que dio lugar al desarrollo de tecnologías cibernéticas, de la información y la comunicación, la inteligencia artificial, la 4G que permitió el desarrollo del internet y otras aplicadas a la globalización del sistema explotador.
El grande, admirable e inconcebible desarrollo científico y tecnológico –que nunca ha podido solucionar las necesidades básicas de la humanidad– ha logrado acumular, sin embargo, “riqueza” y refinada comodidad en manos de unos pocos privilegiados. Quienes sustentan su poder en la acumulación de bienes, en la propiedad de la tierra y los medios de producción, en la dependencia económica y tecnológica impuesta a países pobres, en sus decisiones respaldadas por la fuerza de las armas y en la explotación criminal de la energía sangre de los demás seres humanos y de la naturaleza.
La ciencia se jacta de sus ambiciosos logros en toda la gama del conocimiento; sus descubrimientos han sido realmente asombrosos, pero sus aplicaciones se han ido alejando de los fines altruistas, como aumentar la eficacia mortífera de las armas o dar preferencia al sentido utilitario de las empresas industriales y negocios, por sobre los derechos humanos y la seguridad de vida. La ciencia descubre las cosas maravillosas de la naturaleza como la potencialidad energética del átomo, la toca, pero no la puede controlar. Los desechos nucleares no tienen sitio adecuado en el que puedan disponerse, pero, tenemos que mantenerlos aislados del resto del ambiente, por lo menos durante 250.000 años, dada su letal radioactividad. El descubrimiento de la fisión del átomo, se aplicó para destruir las ciudades japonesas Hiroshima y Nagasaki después de su rendición en la II Guerra Mundial. Dos reactores nucleares en Chernobyl (1986) y Fukushima (2011) que sufrieron accidentes en su mantenimiento, permanecen encendidos fuera de control y, su riesgo de explosión es permanente, la solución no está al alcance de los científicos y técnicos que lo crearon. La energía nuclear fue un gran descubrimiento, de aplicaciones incontrolables.
También la ciencia ha intervenido exitosamente en la genética de los seres vivos, incluso, en la del ser humano a partir del proyecto internacional “Genoma Humano” 1990-2003 que llegó a descifrar el 99,9% del Código Genético del ser humano (El 0,1% es diferente en cada individuo). El proyecto Genoma Humano, a su vez motivó de inmediato nuevas investigaciones y descubrimientos como la reprogramación celular, las modificaciones genéticas, medicina personalizada, los códigos genéticos, genómica del cáncer e, indudablemente, las terapias génicas experimentales contra el Sars-Cov-2 (COVID 19), con empleo de biomoléculas básicas de ADN y ARN en la producción de anticuerpos, en un proceso que a mi entender, es la primera intervención genética masiva en los seres humanos. Pregunto si, las farmacéuticas, la OMS, los científicos y gobernantes tienen control sobre los fenómenos que desencadene dicha intervención, que se ha permitido tocar el árbol de la vida. En la era de la computación, de la interconectividad, de la banda ancha, de las tijeras genéticas, del sars-cov- 2 y la 5G, precursora del “mundo ideal” que se construirá sobre los despojos de una pandemia que resquebrajó economía y salud del sistema capitalista imperante, cual la acción de una guerra mundial bacteriológica que pretende implantar un nuevo poder de control facilitado por la tecnología”.
Ciencia y tecnología al servicio de la demencia empresarial, política y ética del sistema económico mundial dominante, del cual formamos parte, en una situación comparable a la de la última rueda de un tren que avanza indetenible hacia un abismo insondable.
Acción y Reacción
Es la ley inexorable que se cumple en la naturaleza, guía para nuestra comprensión como seres racionales, capaces de pensar y decidir por uso de la razón y de la intuición, facultades intrínsecas a nuestra naturaleza. Pero, el ansia de ambiciones ilimitadas, obnubila al ser humano al punto de impedirle percibir la realidad que él mismo ha provocado: gigantescos sacudones a los que recurre el planeta en reacción a las fuerzas que interrumpen sus ciclos, procurando restablecer el equilibrio. Lluvias torrenciales, inundaciones, desbordamientos, crecidas, tormentas, huracanes, temperaturas gélidas, sequías prolongadas, fuego, climas cálidos extremos, desprendimientos de glaciares, deshielos de las nieves perpetuas, terremotos y muchas otras evidencias y consecuencias del Antropoceno que ha desencadenado el calentamiento de más de 1.5°C de la temperatura de la Tierra, respecto a índices del año 1750, provocando catástrofes por variaciones climáticas bruscas. Difícil de concebir, pero no son percibidas en su esencial significado, mejor dicho, no quieren percibirlas para no comprometer intereses económicos empresariales, estatales y privados.
Pululan empecinados los ciegos, sordos e insensibles que no quieren ver, oír, ni palpar la realidad del destino que nos ha dado alcance.
Actuar local con sentido global
Mientras pueda frenar su marcha el tren civilizatorio, todos los seres humanos debemos bajarnos apresuradamente de él, para eludir la debacle, dispuestos a afrontar una dura sobrevivencia, buscar caminos de retorno a la naturaleza, alejándonos del precipicio que tenemos por delante. Hace cincuenta y tres años ya me convencí que necesitamos cambiar de rumbo. En ese entonces creía también que se debían destruir todos los signos representativos de la sociedad de consumo. Esa ideología fue “consumida por la sociedad de consumo” aunque, según el último número de la revista Nuevo Planeta (1974-75) no sería sino “una leve muestra de un cambio mucho más profundo que sobrevendrá en la humanidad”.
Años después reconsideré mi posición porque no cabía que encargara a mis hijos y alumnos la idea de la destrucción, cuando yo, en mi tiempo y convencimiento, no logré plasmar esa controversial idea. Ahora pienso igual y con mayor urgencia en la necesidad de cambiar el rumbo, pero sin destruir lo existente, que bien debemos utilizar para el retorno como todos o casi todos los avances de la ciencia y la tecnología. La clave estaría en buscar formas para redirigirlos, readecuarlos a las necesidades de sobrevivencia de la humanidad y no a la acumulación superflua. Vamos a cambiar las fuentes de energía, detener la carrera armamentista, revertir los gastos militares, reorientar la investigación científica y tecnológica, restaurar la naturaleza, paralizar la contaminación en todas sus características, cuidar el escenario de biodiversidad en se realiza nuestra vida y, quizá es infructuoso seguir, si antes no se define la principal condición para una transformación radical de la Humanidad a tono de las actuales circunstancias, es la transformación desde nuestra íntima realidad individual, transformación instintiva y racional desde lo profundo de nuestras almas, el primero y más difícil obstáculo que estamos obligados a vencer. Solo entonces habremos adquirido la firmeza necesaria para transformar nuestro entorno y proyección al cambio global.
Activista de la revolución de “Mayo del 68”. Jugador de Ajedrez y Go de competencia. Legislador por Azuay, Vicepresidente de la Comisión de Medio Ambiente, (1983). Co fundador activista y Director del grupo ecológico Tierra Viva (1985). Co fundador de Inti Uma (1992). Descubridor, diseñador y difusor de la cocina solar (1990-2020), miembro del Solar Cooker International (1990 -2020). Profesor del Colegio Benigno Malo (1968-2011), de la Universidad de Cuenca (1985-2011).