LAS MUJERES DE LA RED AGROECOLÓGICA DEL AUSTRO: EL CULTIVO DE LA SOLIDARIDAD Y EL CUIDADO DE LA VIDA
Desde hace algunos años, mi madre frecuenta cada sábado una pequeña feria itinerante en la Plaza del Herrero, en el Barrio del Vergel. Sus recorridos, hacia y desde la plaza, son buen motivo para encontrarse con amigas y conocidas, en ese sentido de vecindad y vida barrial que cada vez es menos frecuente en las ciudades. Dice que los precios son buenos, y sanos los productos. Al mismo tiempo, cuando la visitamos, viejos sabores de la infancia, que parecían perdidos entre la ciudad y la memoria, vuelven a aparecer en su mesa: ocas, mellocos, mashua, leche calostra, camote, dulce de limeño; además de habas, quesillo tierno y queso amasado, tortillas de trigo y también de maíz, a veces chibiles.
La existencia de alimentos sanos y el consumo de productos locales y de cercanía, es posible en la mesa de mi madre, como en las de muchas otras familias urbanas de Cuenca, gracias al trabajo de las mujeres de la Red Agroecológica del Austro. Esta Red, conformada en los primeros años de este milenio, alberga a varias organizaciones de base, agrupando a más de 600 familias campesinas de Azuay, Cañar y Morona Santiago. Mayormente liderada por mujeres, se sustenta en la economía del cuidado: en primera instancia, el cuidado de la familia, de la comunidad, de la chakra, del agua y de las semillas; luego, el excedente se lo trae a la ciudad, los días sábados a ferias itinerantes en las plazas del Herrero, de Cristo Rey y al Biocentro Agroecológico, en el sector del Diario El Tiempo, y los miércoles a la Chichería en el Museo de los Metales.
Según Bélgica Jiménez, oriunda de la Comunidad La Dolorosa, de la parroquia rural Ludo, del cantón Sígsig, y quien fuera Coordinadora de la Red entre 2013 y 2020, el propósito principal de esta organización es, sobre todo, cultivar la solidaridad, a la vez que se sustentan en el sistema participativo de garantía, a partir del cual se guían las relaciones entre los miembros y la calidad de los productos. La calidad y la variedad de los alimentos atraviesa por el aseguramiento de que estos estén libres de químicos, al igual que por el cuidado y el intercambio de semillas; como manifiesta Bélgica, el rescate y la regeneración se han conseguido cuidando el hábitat natural; no están de acuerdo con los bancos de semillas, sino “donde hay vida; es en el propio hábitat donde estas deben regenerarse”.
La Red, como he anotado, es liderada mayormente por mujeres. Aunque existe presencia de varones, Bélgica reconoce que esta es de acompañamiento: “apoyan, están presentes; por ejemplo, en Cristo Rey, es presidente el esposo de una finada compañera”; este énfasis en el apoyo y en la identificación de esa presencia masculina a partir de lo femenino -una especie de herencia de la “finada compañera”-, deja ver el rostro de mujer de la organización, y que se hace evidente tan pronto como se visita los espacios de comercialización.
Bélgica explica que las actividades de la Red han sido parte de un proceso de empoderamiento de las mujeres rurales: “ya no queremos las mujeres depender de los varones. Las mujeres hemos decidido sobrevivir. La independencia es un factor que nos une, podemos demostrar que sí podemos, que somos capaces”. Luego cuenta que alguna vez escuchó a una de sus compañeras decir “antes solo tenía una o tres polleras, ahora tengo más polleras; tenemos mejor alimentación, tenemos para dar educación a nuestros hijos”. Enseguida, añade que ha sido un camino de autonomía: “nuestro objetivo, de las compañeras, ha sido, no tanto la independencia, sino la autonomía. Las mujeres hemos aprendido a poner la palabra, a tomar decisiones”.
La actividad de la Red, además de sus ventajas socio productivas y de beneficios para los consumidores urbanos, consolida relaciones de cohesión social, solidaridad y trabajo cooperativo. Como expresa Bélgica, existen lazos de amistad y apoyo entre las compañeras “nos ayudamos, nos llevamos bien, nos ayudamos a vender, ayudamos con los cambios”; sin embargo, hace notar que, en ocasiones, existe intromisión de agentes externos, sobre todo de tecnócratas, que afectan las relaciones internas del grupo.
Bélgica indica que la participación semanal en las ferias ha significado una nueva forma de encuentro, pero, también, ha sido y es una lucha constante, pues sabemos que el derecho a la ciudad es una conquista permanente, como ella dice “peleando, peleando, sufriendo, sufriendo, se ha podido; hemos aprendido a relacionarnos con la gente de la ciudad, a dirigirnos, a no tener miedo a la discriminación que sentíamos de la ciudad. Nada se ha conseguido gratis, todo ha sido peleando, pelando. En la ciudad ha sido una pelea fuerte de mujeres. Las ferias en la ciudad nos han permitido poder relacionarnos, dar a conocer nuestro sentir, mostrar cómo es el trabajo en el campo”.
Reconoce que ha habido una discriminación histórica contra las mujeres campesinas en la ciudad y que, aunque hoy es menor, no ha desaparecido. Sin embargo, al mismo tiempo, indica que una de las experiencias gratas ha sido conocer mujeres urbanas que las han apoyado en sus procesos; así, otras mujeres, como usuarias o consumidoras de la Red, han aportado, incluso como voceras, en los momentos de defender el uso de los espacios.
A criterio de Bélgica, en Cuenca siempre ha existido cierta alianza o convivencia de las mujeres campesinas con las de la ciudad; no obstante, considera que en la actualidad hay un proceso de búsqueda en algunas mujeres urbanas, a quienes ella define de la siguiente manera: “mujeres despojadas, despojadas de todos sus egos, de dejar la vergüenza de relacionarse con mujeres del campo entre iguales; una relación de búsqueda, un despojo de egos, una muestra de madurez, en el reconocimiento de que todas valemos por igual”.
El relacionamiento y el vínculo con algunas mujeres de la ciudad es, al mismo tiempo, un dando-dando: “nos han ayudado a autosostenernos, a ser visibilizadas en los espacios. No ha sido fácil, pero ha habido la mano de mujeres que nos han apoyado a nosotras, para ellas también defender su alimento”. Es decir, Bélgica comprende bien que el apoyo de las mujeres urbanas a las campesinas en la ciudad es, a la par, una defensa de su propia alimentación.
Por otra parte, en su vínculo Cuenca, Bélgica ha descubierto que existen similitudes entre las mujeres campesinas y las mujeres rurales; así, aunque yo no le consulto sobre las relaciones de género, ella enfatiza que “igual, como hay discriminación, falta de derechos y machismo en el campo, también hay en la ciudad. Hay discriminación a las hermanas de la ciudad, del campo, de nuestras mujeres”. Luego recuerda ese doble rol que nosotras debemos cumplir: “En la ciudad, las mujeres a madrugar, a comprar la comida y, de allí, a trabajar. No es tan diferente, acá uno también debe cuidar la chakra, el huerto, ir a la feria, ver la escuela de los guaguas, cuidar la casa, la comida. La condición no es diferente. La mujer ha cumplido su papel importante, tal vez impuesto, tal vez obligado, y es lo que también hacemos las mujeres rurales”.
Consciente de esa condición de desigualdad que comparten tanto las mujeres campesinas como las de la urbe, manifiesta que “más bien ha sido una minga de mostrar que juntas podemos”. Sin embargo, no deja de reconocer que la mujer rural es doblemente discriminada, como mujer y como campesina, cuestión que se evidencia en el trato que muchas veces reciben por parte de la gente de la ciudad, incluso en el propio regateo, pues como ella señala “no quieren pagar y, a veces, para no regresar con el producto, debemos dejar a lo que nos pagan”.
Para Bélgica, al igual que para sus compañeras, es fundamental garantizar los espacios en la ciudad para el expendio de sus productos e, igualmente importante, que las autoridades respeten su autonomía; a su criterio, el rol de los diferentes niveles de gobierno es atender a los campesinos y campesinas en el ámbito de la productividad, pero sin intromisión en sus procesos colectivos, como anota “que ellos se hagan cargo de lo que les corresponde, que haya buenas vías, riego, atención técnica, créditos baratos, materiales, espacios dignos, pero, con letras grandes, respetando nuestra autonomía, sin apropiación de nuestros procesos”.
El trabajo de las mujeres de la Red Agroecológica del Austro constituye un aporte importante a la vida y a las familias de la urbe; su presencia en lugares patrimoniales dota de sentido y de vitalidad a espacios muchas veces degradados o en desuso, como la Plaza del Herrero; al tiempo que su labor alberga y custodia saberes tradicionales. En lo urbano, prácticas sociales como las de la Red, generan centralidades barriales y relaciones de cercanía y proximidad. Estas mujeres son las garantes de la soberanía alimentaria de la ciudad, de la conservación de la agrodiversidad, del cultivo de la solidaridad y del cuidado de la vida misma.
Foto portada: Bélgica Jiménez, en la feria del sábado, Cuenca, 29 de mayo de 2021
Antropóloga, Doctora en Sociedad y Cultura por la Universidad de Barcelona, Máster en Estudios de la Cultura con Mención en Patrimonio, Técnica en Promoción Sociocultural. Docente-investigadora de la Universidad del Azuay. Ha investigado, por varios años, temas de patrimonio cultural, patrimonio inmaterial y usos de la ciudad. Su interés por los temas del patrimonio cultural se conjuga con los de la antropología urbana.