ODIO E INTOLERANCIA EN LA LUCHA SIMBÓLICA DE LOS ESPACIOS PÚBLICOS
Vivimos en un mundo en el cual cada persona, cada grupo social, cada cultura, quiere ver plasmados sus sueños y aspiraciones en el espacio público como refrendo de su pertenencia e inclusión en las sociedades urbanas- Esta aspiración que parece totalmente legítima en un mundo intercultural, presenta sin embargo dificultadas para su realización práctica, debido a rezagos de intolerancia que pueden llegar a considerarse como manifestaciones de odio y la intención de eliminar del mapa social a quienes piensan de manera diferente. En este punto los extremismos pretenden excluirse, pero el resultado se expresa en el refrán de que “los extremos se tocan y se necesitan”. Mientras tanto las posturas moderadas que en general son mayoritarias y dialogales aparecen descalificadas, silenciadas y reducidas a ser expectantes del protagonismo que les dan los medios de comunicación a los extremos.
Como ejemplos a nivel internacional podemos citar el atentado de radicales islámicos contra la revista Charlie Ebdo en Francia, amenazados por caricaturas de Mahoma que hieren sus sensibilidades; a nivel latinoamericano en el contexto los acontecimientos de octubre de 2019 en Chile se produjo la quema de iglesias como signo de rechazo a la patriarcado. En Ecuador en 2020 se produjo el forcejeo de un grupo de mujeres e indígenas por derribar la estatua de Isabel la Católica en Quito, impedida por los defensores del patrimonio de la ciudad. En este mismo año, con repercusiones en estos días, vísperas del 8 de Mayo, ante el logro de las mujeres por hacer del puente de la escalinata un símbolo de la lucha contra el femicidio, una placa puesta por el municipio para reconocer la lucha de las mujeres ha sido destruida y el puente renombrado “¡Vivas nos queremos!” Ha sido pintarrajeado, con una evidente muestra de odio e intolerancia, con una leyenda ofensiva: “Putas Feministas”.
Hay que reconocer que en todos los casos mencionados hay una fuerte dosis de extremismo, intolerancia y odio, que implica la eliminación de los símbolos del oponente ideológico expresado en el espacio público construido y necesitado de conservación testimonial histórica, por un lado, y por otro en ese mismo espacio que es exigido abrirse a nuevas expresiones, presencia y re significaciones que pugnan por hacerse un lugar en la historia que se está escribiendo a vuelo del que caen las hojas del calendario presente. Como ya estamos acostumbrados, los ecos de estas pugnas se enconan hasta el extremo en las redes sociales, generando una espiral de violencia literal de 150 caracteres. No cabe duda que en algún momento, como es el caso concreto de la violencia contra las mujeres que termina en la muerte de muchas de ellas, impulsada no cabe duda por la pasión machista, pueda sufrir un escalada a motivaciones ideológicas de tipo fascistoide y pronto la ley tenga que tipificar un nuevo delito; el “feministicidio”. Te mato por ser feminista.
La característica común de los extremos, y lo hemos visto también en la violencia carcelaria de estos días, parece aspirar a tomar el poder y el control del territorio que debe estar disponible para todos, para ser dominado y colonizado por un sector específico con la eliminación de los otros. En este sentido, no podemos menos que defender la lucha de las mujeres en contra de la violencia y el feminismo; pero si podemos preguntarnos si ciertos extremos feministas, como también es el caso de otros extremos políticos, económicos, étnicos, raciales, religiosos y culturales no dejan de tener una responsabilidad en el crecimiento de la espiral de violencia. Nos puede parecer extraño que en las guerras de todos los tiempos, en medio de la batalla, el objetivo de la lucha culminaba con la captura de la bandera enemiga y el izar la propia. En los actuales momentos, parece que comenzamos luchando por la bandera, el símbolo, pero esta lucha bien puede atizar una guerra.
En la guerra como en las negociaciones de paz se impone la cordura, el diálogo y la solución pacífica de los conflictos. Muchos se cuestionan si la radicalización de los discursos contribuye a disminuir los problemas que se quieren solucionar. Se hace necesario convencer, más que vencer y ello implica la racionalidad de la educación, el diálogo, la creación de espacios distendidos, de relaciones de respeto y calidez. Las caras tensas, los nervios crispados, las descargas de adrenalina, aunque sean literarias, lejos de amansar al enemigo, lo ponen sobre alerta, dispuesto a defender con uñas y dientes su propia posición. Si creemos que sería bueno incluir en las políticas públicas y en los currículos principios y métodos de la lucha no violenta, que mantenga la firmeza de los principios y de los derechos, pero que evite la violencia verbal, literal y simbólica que lejos de apagar el fuego, aporta leña para el mismo. A no ser que lo que lo que queremos mismo es la bronca en la que, como siempre, unos ponen el discurso y la simbólica y otros la sangre.
Foto: Cortesía de Diana Quinde
Me identifico como ser humano y me agrada cuando me relaciono en ese nivel. A mis 75 años sigo aprendiendo y compartiendo las lecciones de la vida. Durante todos mis trabajos y servicios he considerado como tarea más importante pensar y suscitar el pensamiento. Puedo ser incómodo preguntando y re preguntando. Por ello tengo la estima y el afecto de muchos y también la resistencia de otros. No busco aceptación sino estar bien con la búsqueda de la verdad esquiva, hacer el bien que pueda y disfrutar de todo lo bello que hay en todo lo que existe.