VIOLENCIA Y DISCRIMINACIÓN EN TIEMPOS ELECTORALES
Las campañas electorales, de alguna manera, son como los días festivos, congregan la algarabía; hay momentos de catarsis colectiva, de identidades compartidas, de caos, de ruptura de los tiempos cotidianos; los políticos pasan a ser sacralizados, se convierten en una especie de dioses y demonios e, indudablemente, existe también una alta dosis de performance. A diferencia de la fiesta, el tiempo electoral no alcanza a ser un momento de cohesión social sino, por el contrario, de profundización de las diferencias. Sin embargo, al igual que los tiempos festivos, los tiempos electorales no son una cara ajena a los días cotidianos. En tiempos electorales, la sociedad también se devela como realmente es.
En el contexto de lo anotado ¿qué nos ha mostrado el tiempo electoral que estamos atravesando? Respondería que una sociedad profundamente fragmentada, polarizada y violenta, en la que cada uno, a cuenta de su convicción política, se siente con el derecho a deslegitimar, menospreciar, ofender o intentar convencer al otro. En esa convicción de superioridad de las ideas individuales, se han usado estrategias diversas para expresar opiniones, posturas, ideologías y adscripciones político partidistas y, en ellas, han aflorado formas diversas de discriminación y violencia simbólica.
Según el Reporte de Corporación Participación Ciudadana, sobre el monitoreo de violencia política en twitter, respecto a 50 candidatos y candidatas en esta campaña electoral (candidatos a presidente, vicepresidente y asambleístas principales), entre el 31 de diciembre de 2020 y el 4 de febrero de 2021, se registraron 3.323 tuits violentos; de los cuáles, 374 corresponden a expresiones y frases discriminatorias. Expresiones como “lelo”, “sinvergüenza”, “rata”, “gilasso”, “infeliz”, “asesino”, “miserable”, en una extensa lista, son recurrentes entre las expresiones contra los candidatos varones. Además, contra esos mismos candidatos, aparecen términos como “maricón”, “meco” o “mariposon”, calificativos en los que la violencia política atraviesa, además, por connotaciones de homofobia. También se registra expresiones que incluyen una carga de racismo, al apelar como insulto a términos como “indio” o “longo”. A su vez, contra las candidatas mujeres, se registra palabras como “ladrona”, “ridícula”, “gorda” o “prepago”, entre otras.
Según este informe de Participación Ciudadana “la violencia política constituye uno de los elementos más graves que desincentivan la participación política de los ciudadanos y particularmente de las mujeres. Para Combatir esta práctica es necesario visibilizarla” (Reporte Consolidado, Balance del monitoreo de violencia política en Twitter contra candidatos a la presidencia y asambleístas principales en las elecciones 2021, 8 de febrero de 2021)
Pero, además de estas expresiones monitoreadas por Participación Ciudadana, quienes revisamos las redes sociales hemos visto la gran cantidad de mensajes con connotaciones discriminatorias. Personajes de la esfera publica y/o política han dejado aflorar en sus discursos pensamientos discriminatorios contra las mujeres, lo hizo Rafael Correa al referirse al aborto como una práctica hedonista, resultante de una “actividad frenética sexual”; en un contexto de racismo, lo hizo Santiago Gangotena, defensor de la derecha, cuando expresó que los pobres no deberían tener derecho a votar, pues, a su criterio, solo deberían estar facultados para sufragar aquellas personas que tienen propiedad privada, a la par que en su twitter escribió respecto a los afroecuatorianos: “su mente no piensa, para bien, ni en sí mismo ni en sus hijos. Votan por “lideres” ladrones y asesinos con plena consciencia”.
De otra parte, como consecuencia del incremento en la popularidad de Yaku Pérez, abundaron los mensajes, desde diferentes sectores, cuestionando su origen, su nombre y si es o no indígena. Comentarios que nos hacen retroceder a los tiempos en que aún se creía en la existencia de razas -y de razas “puras”-, y en identidades como entes cerrados y estáticos. Estas posturas, respecto a la “identidad” y la “etnicidad” de Yacu Pérez, están lejos de comprender a las identidades como múltiples, como constructos, como estrategias de la diferencia y como entes políticos, pero también lejanas a respetar el derecho legítimo de las personas sobre sus adscripciones identitarias (étnicas, políticas o de género).
Paralelamente, cuando se ha tratado de otros líderes indígenas, allí ya no se cuestiona el origen, sino se lo ataca; el insulto y el menosprecio a lo indígena, y el racismo en sí mismo, aflora en memes, en bromas, en mensajes de diversa índole: “indio revoltoso”, “indio terrorista”, “indio resentido”, “indio de mierda”.
La aporofobia (la fobia a los pobres o desfavorecidos) también ha tenido su espacio en este proceso electoral, y se ha direccionado a comentarios que apuntan a creer que, aquel que no tiene educación formal no tendría la capacidad de decidir por el bien del país. Mensajes que buscan consolidar la idea de que el pobre vota por determinado candidato debido a un bono, un sánduche o mil dólares, son mensajes cargados de sentimientos de superioridad frente al diferente y, además, con escaso o nulo interés por comprender las realidades otras del país y la legitimidad e inteligencia del otro -y concretamente del pobre- para decidir en democracia.
En este mar de descalificativos y violencia, también los empresarios y la prensa se han convertido en sinónimo de deshonestidad o corrupción, sin beneficio de inventario y sin distinguir que, dentro de estos ámbitos, como en todos, hay gente honesta y gente trabajadora, que también se ha ganado a pulso lo que tiene. De la misma manera que ser correista o defender esa línea política, no debería ser sinónimo de corrupción.
La violencia y la discriminación en tiempos electorales se hacen más palpables; sin embargo, no son otra cara de la sociedad. Según Simón Jaramillo, Subdirector de Corporación Participación Ciudadana, tampoco la violencia en la política sería algo nuevo. Simón manifiesta que el tema de la violencia política en sí no es cosa de los últimos tiempos, ha existido siempre de manera física y verbal; lo que habría cambiado son los medios: antes se usaba, por ejemplo, panfletos y hojas volantes, hoy, mediante las redes, esa violencia se amplifica. Según Jaramillo, la violencia, el ataque, la calumnia, la violencia de género en la política, no es lo nuevo, sino cómo esto se amplifica por medio de las redes sociales. Considera Jaramillo que ha disminuido la violencia física en las campañas electorales, pero se ha incrementado la violencia verbal; además, acota que las mayores posibilidades que ofrece la tecnología, han ampliado la creatividad, pero también las posibilidades de transformar la realidad mediante imágenes manipuladas e información falsa (comunicación personal, 12 de febrero de 2021).
Respecto a lo señalado por Simón Jaramillo, podría abstraer, como conclusión propia, que el panfleto o las hojas volantes del pasado se distinguen de los medios actuales porque exigían una suerte de economía del lenguaje; es decir, el reto de trasmitir mensajes potentes con espacios y medios limitados, por lo tanto, un ejercicio de asegurar la eficacia de lo que se comunica. Las redes sociales, por su parte, tienen la ventaja, que termina siendo su mayor riesgo, de lo ilimitado y de lo inmediato. En lo ilimitado y en la inmediatez de las redes, el acto demorado de pensar, de reflexionar, de medir consecuencias, que implica la elaboración una hoja volante, disminuye sustancialmente y, por lo tanto, también la calidad de los mensajes y, como consecuencia, del debate ciudadano.
En este contexto, podríamos decir que a esa amplificación de la violencia que señala Jaramillo, habría que añadir su mayor eficacia simbólica, puesto que se amplía su alcance. Paralelamente, la violencia verbal, hoy amplificada en las redes, es a su vez reflejo y consecuencia de la realidad, pero también, en tanto discurso, constructor de realidad social, causa y consecuencia, contenedor y constructor a la vez. Recordemos que se construye discurso desde la palabra y la imagen, y el discurso es constructor de realidad, pues tiene efectos en la vida social.
Con lo escrito, cabe recordar la responsabilidad que todos tenemos en aquello que comentamos y difundimos en las redes sociales. Las redes sociales develan a la sociedad en sus fisuras, en sus violencias y en sus formas diversas de discriminación, al tiempo que las profundizan. Hemos expuesto nuestro malestar por los candidatos, por la calidad de las propuestas y los debates; sin embargo, también debemos asumir nuestra responsabilidad. Si queremos otra calidad de candidatos, de debates y de campañas, a la par debemos repensarnos como sociedad y elevar el nivel de nuestras discusiones, de nuestras posturas y reclamos frente a la política. Debemos cuidar nuestras palabras, contrastar la información y, sobre todo, evitar seguir acentuando formas explícitas o sutiles de discriminación y violencia.
Queremos que cambie la política, pero, talvez, para esta segunda vuelta, vale plantear una tregua y empezar desde nuestro pequeño lugar, cambiando nuestro rol como electores. Independientemente de por quien votemos, aprendamos a debatir con argumentos y, sobre todo, a respetar el derecho del otro a elegir diferente. Pongámonos a la altura de los candidatos que queremos y de la calidad de campaña que anhelamos. Empecemos por respetar al otro en sus elecciones políticas; a no minimizar sus preferencias y sus razones, a no intentar convencerlo. Construir una sociedad diversa e inclusiva, implica erradicar las prácticas diversas de discriminación y violencia, pero también convivir en la alteridad, en la posibilidad de ser iguales-diferentes, iguales en nuestro derecho a elegir, diferentes en nuestras elecciones.
Antropóloga, Doctora en Sociedad y Cultura por la Universidad de Barcelona, Máster en Estudios de la Cultura con Mención en Patrimonio, Técnica en Promoción Sociocultural. Docente-investigadora de la Universidad del Azuay. Ha investigado, por varios años, temas de patrimonio cultural, patrimonio inmaterial y usos de la ciudad. Su interés por los temas del patrimonio cultural se conjuga con los de la antropología urbana.